La visión que no se ve.
Hace más de una década decidí estudiar la arquitectura contemporánea dedicándome en simultáneo a la docencia en historia y crítica con énfasis en el último siglo. La apasionante carrera de la arquitectura en este período resulta tan sorprendente y prolífica como seguramente lo fue en el período renacentista. Nombres como Gropius, Jeanneret, Mies, Wrigth, Costa, Niemeyer, Tange, Bonet, Wlliams, Sharoun, Terragni o Aalto son un grupo de geniales arquitectos como lo fueron en su arte desde el siglo XV personajes como Leonardo, Rafael, Miguel ángel, Brunelleschi, Bramante, Tontoretto, Tiziano, Masaccio, Boticelli, Palladio, Alberti y Vignola. Definitivamente, la modernidad tiene en la arquitectura y el arte el carácter de periodo revolucionario, de aportaciones trascendentales, de un momento de inflexión en la historia.
Así como después del Renacimiento vinieron reinterpretaciones del clásico en formas más personales como en la arquitectura manierista, también hemos sufrido alteraciones a la propuesta moderna en el llamado período posmoderno, donde más de un talentoso arquitecto escribió y diseñó arquitectura en un afán por ajustar cuentas con el Movimiento Moderno. Esto pasó y, avalada también por la crítica, una persistente arquitectura tardo-moderna no hizo sino reformular la propuesta moderna inicial tomando esta vez como referencia fundamental al contexto y dando pie a que unas sensibilidades constructivas centroeuropeas, orientales o latinoamericanas se desarrollaran desde sus propios entornos para proponer una arquitectura relacionada con la geografía y la historia pero también con la creatividad estructural y constructiva.
Es así que el panorama contemporáneo se ve dominado por contundentes propuestas que van desde la arquitectura suiza de Peter Zumthor y la japonesa de Shigeru Ban o la paraguaya de Solano Benítez, solo para dar tres ejemplos de muchos que podríamos citar. Son arquitecturas ante las cuales nadie se siente crítico sino más bien admirador y extasiado contemplador de una arquitectura sin palabras que habla a través de su precisa materialidad constructiva.
Más allá de la arquitectura, estas aportaciones (contemporáneas) han llegado a tener connotaciones políticas y sociales, pues muchas veces se trata de soluciones para los sectores menos favorecidos como es el caso de los proyectos de “Entre Nos Atelier” en Costa Rica o los de Francis Kéré en Burkina Faso.
Obnubilados por las nuevas formas constructivas del espacio y su carácter práctico, fruto de la observación y la experiencia pero no tanto de especulaciones teóricas más bien propias de los períodos anteriores, los que escriben sobre arquitectura hoy no hacen sino alabar estas nuevas formas de arquitectura empírica, a la que -como en su momento fue la arquitectura escandinava- no hay casi nada que objetar.
Como contraparte, la crítica real se dedica exclusivamente a las deficiencias en la gestión urbana. Efectivamente, el aparato de gobierno en muchos países parecen conducir las ciudades hacia la fragmentación y el caos mientras que cantidades ingentes de propuestas de arquitectos, urbanistas, activistas sociales, sociólogos, antropólogos o ingenieros se pierden en la delgadez del canto de un papel o en la virtualidad efímera de una página web. La defensa del espacio público se ha puesto de moda y la crítica entonces se centra en denunciar el olvido que del mismo han tenido tantos planes y proyectos de la modernidad como hoy en día están teniendo las malas políticas urbanas. O sea, al parecer, el problema de la arquitectura de hoy es la ciudad marginal y olvidada que no acaba de gobernarse o planificarse bien. En esta línea, la crítica actual no se centra tanto en los proyectos arquitectónicos que se proponen para ella sino en las dificultades que tienen los gobiernos, y no los proyectistas, tanto en planear estos proyectos como en ejecutarlos.
Pero, por otro lado, nos hemos olvidado un poco de criticar la propia arquitectura, la de los arquitectos, la que transforma partes de ciudad y del territorio, a veces no tan bien…nos hemos olvidado de la crítica de arquitectura como recurso para la transformación, como interpretación de los hechos presentes para ayudar en algo al mejoramiento de los hechos futuros. Nos hemos olvidado de hablar de identidad cultural, de las generaciones e influencias, de la educación en arquitectura y la necesidad de debatir, de la arquitectura como mecanismo complejo y multidisciplinario, de las escasas oportunidades para hacerla de manera sobresaliente, de la necesidad de conocer muy bien el pasado y el presente.
En este olvido han proliferado las valoraciones de los hechos socio-participativos como componentes del diseño, sobrevalorando los productos derivados de la iniciativa social y transformando el discurso de la arquitectura en un discurso político y social. Nos hemos olvidado de hacer una crítica de la arquitectura que busque la reflexión, en primer lugar, de los propios arquitectos.
En unas entrevistas que tuve con quince destacados críticos y editores de arquitectura latinoamericanos redescubrí el valor de la crítica arquitectónica. Se me puso en evidencia la necesidad de los críticos. Nadie como ellos nos ofrecen una visión amplia y erudita de lo que ocurre en el mundo de la arquitectura, nadie como ellos nos presenta una interpretación de la arquitectura actual de manera argumentada, nadie como ellos nos permiten valorar lo bueno de manera imparcial ya que buscan contribuir a mejorar el pensamiento arquitectónico y urbano de los arquitectos para lograr un futuro más habitable;…nadie como ellos es capaz de enseñar verdaderamente la esencia de la arquitectura a través de sus discursos que demuestran un conocimiento profundo del hecho arquitectónico.
En una época donde parece valorarse más el “hacer” hace falta recordar que para hacer hay que “pensar” y se piensa sobre la base de un conocimiento profundo de las cosas. Nos hemos olvidado que la arquitectura no se deja de estudiar. Vocación y dedicación personal son elementos imprescindibles para ello.
Bienvenida sea pues la crítica real (libre, estudiada y erudita) de quien tiene la autoridad que da el conocimiento. Los ocupados arquitectos proyectistas deben estar dispuestos a escucharlas y a debatirlas pero al mismo nivel. De esa discusión nacerá la luz.